Entre lo performático y lo grotesco
“No hay banda”, de Martín Flores Cárdenas. “Estocolmos”, de Marina Filoc.
Hola. Espero que estés muy bien. Fui a ver “No hay banda”, de Martín Flores Cárdenas. Es una experiencia muy original, inteligente y movilizante. Una salida ideal si tenés ganas de ver algo diferente porque es uno de esos espectáculos que exploran los bordes, los corren, desafían las convenciones, rompen lo que se espera al ir al teatro.
Tenemos el dulce de leche, tenemos a Messi y tenemos teatro independiente. En Buenos Aires, por fuera del circuito oficial, hay variedad, calidad, innovación y provocación. Siempre me sorprendo. Nada se repite. Veo obras que son teatro y a la vez otra cosa. Y se estrenan espectáculos todas las semanas. Producción sin fin.
Si viste algo últimamente, contame. Me interesa compartir miradas.
Vuelvo a “No hay banda”. Un dramaturgo. Un director. Un actor. Todo eso en un solo lugar y en un solo momento. Flores Cárdenas actúa en este unipersonal que él escribió y a la vez dirige. Pero lo hace justamente cuestionando todos esos roles. ¿Es una obra de teatro o es un espectáculo performático? Puede ser las dos cosas y ninguna de las dos.
Es en un teatro que es una casa teatro. Eso ya te ubica de una manera especial. ¿Estoy en una casa o en un teatro? ¿Voy a ser espectador o qué? Después pasás a la sala, que es parte de esa casa. Una habitación cubierta de madera. Al fondo, una pantalla en la que se proyectan imágenes.
Es una obra íntima que expone fragilidad con humor. Un hombre en escena revisa una obra de teatro y recuerda una muerte cercana que lo hace reflexionar sobre su propia muerte. Entra y sale del dolor personal al dispositivo teatral, del actor al personaje, del pasado al presente. Porque quien está ahí bajo los focos de luz, micrófono en mano, rodeado de cables y enchufes, con una computadora y una mesa es un creador de una obra de teatro que en realidad la va revisando frente al público. Explica algunas ideas, actúa escenas. Hace referencia a una puesta previa de esa obra que se hizo en otro lugar con otros actores, algo que no se sabe si fue así o no. Y tiene en su mano el libreto para que no queden dudas de que está revisando y exponiendo su proceso creativo ante la platea que lo mira atenta, comprensiva, hipnotizada.
Una propuesta frágil y profunda. Se ven los hilos de la creación. El tema es la muerte y la representación. Es en esa representación donde todo se cruza. La vida, los recuerdos, la actuación como un problema, como algo que está vivo y muerto a la vez. ¿Representamos algo que no está? ¿Representamos algo que existe solamente en el momento en que se lo está representando? ¿La representación es una forma que tenemos de poner a la vista la ausencia? ¿Y qué es la muerte sino la forma más emblemática de la ausencia? ¿Entonces estamos representando muerte?
Andá a verla. A mí me interesó mucho y me sorprendió. Las funciones son los viernes a las 20.30 en Teatro Casa Estudio.
Vi otra obra, convencional en cuanto a la puesta, de estilo realista, pero con mucho delirio en la construcción de los personajes y sus vínculos. Se trata de “Estocolmos”, de Marina Filoc. Una familia disfuncional en una historia muy bien planteada, con personajes bien definidos, sorpresas, humor y una narración que avanza hacia un final imprevisto.
Marina Filoc pensó personajes extraños, expresivos, con problemas, angustias y ansiedades. Y armó una dramaturgia desopilante y entretenida.
La obra empieza con una imagen muy fuerte. Un cuarto lleno de cartones, basura y botellas tiradas, un mueble en un lateral repleto de cosas, una mesa tapada de revistas y al fondo una cama. Es la imagen de la decadencia. Sobre la cama, un hombre en camiseta respira agitadamente con un revólver en la boca. Va a matarse. Pero golpean la puerta, esconde el arma debajo del colchón y arranca la acción.
El hombre es Roberto Altamirano, quien se quedó sin mujer, sin trabajo y sin plata. Vive en la pensión de Elvira, que le ofrece esa habitación a cambio de tareas de mantenimiento. El que entra a interrumpirlo cuando estaba por suicidarse es el cobrador del club, que llegó a la pensión en busca de las cuotas atrasada y termina involucrado con Roberto, Elvira y una joven, Cintia.
Violencia, miseria, odio, nostalgia, rencor, ideales, amor y soledades. Una mezcla de temas al servicio de una dramaturgia que no se detiene, con buenas actuaciones de Cecilia Layus, Esteban Piñeyro, Solana Pozzi y Horacio Pucheta. Destaco especialmente el trabajo de Horacio interpretando a Roberto.
Durante toda la obra flota una atmósfera de derrota. Personajes sufridos, en caída, que intentan sostenerse entre sí frente al abandono afectivo, familiar y social. Como si cada uno de estos personajes llevaran sobre sus espaldas las cárceles en las que viven cotidianamente. Una farsa trágica que entretiene y perturba.
Las funciones son los domingos a las 20 en Teatro Tadron.