El viento que arrasa
"Viento blanco", de Santiago Loza. "Nena gorda", de Bárbara Bonfil y Laura Fernández. “Parrandera’s. Epifanía de un rapto”, de Laura Correa.
Un texto bellísimo, una actuación insuperable y una dirección prolija y precisa. La obra “Viento blanco”, de Santiago Loza, es una maravilla. De lo mejor que vi en lo que va del año.
El genial Mariano Saborido, solo en escena, encarna a Marito, un personaje solitario, indefenso, desamparado, que al inicio parece pequeño y a lo largo de la obra crece en profundidad.
Marito vive en un pueblo del sur junto a un acantilado, en medio de paisajes moldeados por el viento y el frío. Mantiene un hostal con su madre. Más allá del pueblo hubo un puerto que dejó de funcionar. Por ahí paraban viajantes, marineros, gente de paso. Marito trae al presente ese pasado, mientras lava sábanas. En ese pasado hay un amigo, José, que le alimenta los sueños, el deseo y el amor. No quiero contar más para que disfrutes el desarrollo de la historia, sus imágenes y su desenlace como lo disfruté yo.
En cuanto a la historia, Loza escribió un texto que atrapa. La historia parte de lo simple y se va espesando a medida que transcurre, con sensibilidad, poesía, humor y drama.
Mariano es un intérprete con tanto talento que embellece aún más un texto precioso. Hombre niño. Niño desamparado. Actor sutil, sensible, inteligente.
La última vez que lo vi en escena fue en “Lo que el río hace”, con dirección de María y Paula Marull, donde también le da vida a un personaje vinculado a una hostería y también se luce.
La dirección de Valeria Lois y Juanse Rausch en “Viento blanco” logra que, en un espacio enorme, el público enfoque la mirada en el actor, en su cuerpo y en sus palabras.
La escenografía de Rodrigo González Garillo y el vestuario de Pablo Ramírez agregan nivel estético. Bajaron la blancura del título a la ropa y a las telas que el personaje lava mientras nos cuenta quién es y qué le pasa.
Diez puntos, quizás once, para la obra que no te podés perder. Las funciones son los domingos, a las 20.30, en Dumont 4040.
Este fin de semana metí tres obras. Ya te sigo contando, pero antes quería decirte que si te gusta este newsletter podés comentarlo, darle like o recomendarlo. Además, podés colaborar a la gorra, o con una suscripción mensual.
Vi otro unipersonal nacido de la propia experiencia de la actriz. Se trata de “Nena gorda”, un biodrama interpretado por Barbara Bonfil, con dramaturgia de ella junto con Laura Fernández, y dirección de Andrea Varchavsky.
Una foto de una niña bailarina es el punto de partida de un relato hacia atrás, un recorrido por el pasado de la actriz y su experiencia personal. Juguetes, objetos, diplomas y algunas filmaciones proyectadas en la pared son los elementos con los que la actriz va creando sus vivencias familiares, sociales y su formación artística.
Una obra en primera persona que interpela directamente al público. Transparente, en contacto cara a cara con los espectadores, Bárbara pone sobre el escenario una serie de preguntas perturbadoras. ¿Qué se espera del cuerpo de una niña gorda que quiere bailar? ¿Qué disciplina puede practicar una nena gorda y cuál no? ¿Quién decide poner en la cabeza de una niña la idea de que su talle no es compatible con sus aspiraciones?
Vi gente conmovida en la sala. Eso siempre se agradece. Porque la historia de esta actriz atraviesa las historias de muchas personas en muchas situaciones similares, más allá del tutú y las zapatillas de punta. Esta obra es una forma amorosa de pensar las heridas personales y darle al público la posibilidad, quizás, de curar las suyas.
Las funciones son los sábados, a las 20, en El Crisol.
Estuve también en el estreno de “Parrandera’s. Epifanía de un rapto”, con dramaturgia y dirección de Laura Correa.
Es un delirio interesantísimo. La obra es un cover del mito de Helena de Troya al ritmo de cumbia. En el mito, a la bella Helena la sedujo y raptó el príncipe de Troya, lo que originó la famosa guerra. En esta versión, Helena también es raptada pero por un trío de cumbia que la nombra su nueva líder y la venera adjudicándole poderes milagrosos.
La obra es un juego teatral, divertido y con trasfondo dramático, sobre las creencias en la cultura popular. La acción comienza con la irrupción en el escenario de Castor, el hermano de Helena, que va a buscarla pero queda atrapado ahí y pasa a formar parte de ese nuevo culto.
El gran logro de esta puesta es la creación del universo de los grupos de cumbia, sus ritos y sus costumbres, con muy buenas actuaciones de Ariel Mele, Nela Fortunato, Hernán Roitman, Gastón Chamorro y Omar Possemato. La dirección, el vestuario y la música sostienen ese mundo.
La historia tiene mucha acción. Hay alcohol, gritos, forcejeos, canciones y escopetazos. Es de esas obras donde los personajes se mueven por la pasión más que por el uso de la razón.
Las funciones son los viernes, a las 21, en Abasto Social Club.