Es un desafío tomar un hecho histórico, encima trágico, y transformarlo en escenario de una ficción. Juan Mako lo hace en “Las encadenadas: la revuelta”, que se monta sobre la inundación de Epecuén.
La obra es en rigor la segunda parte de “Las encadenadas”, estrenada hace cinco años. Pero tranqui que se entiende sin haber visto la primera porque es un relato en sí mismo. Y como vi la anterior doy fe de que esta segunda está muy lograda y mantiene el nivel. Un veinte en dramaturgia, diez para cada una de las dos partes.
¿De qué va la historia de ficción? Noche de lluvia torrencial en el cementerio del pueblo bonaerense de Carhué, en el límite con Epecuén. Dos empleadas del crematorio y su jefe se debaten ante una circunstancia que podría cambiar sus vidas. Pero empiezan a estar acorralados por la llegada inesperada de otros personajes.
¿Y cuál es la historia real que hace de telón de fondo? Epecuén es hoy un pueblo en ruinas. Fue fundado en 1921 a orillas del lago del mismo nombre y llegó a tener cerca de 1.500 habitantes. En verano lo visitaban unos 25 mil turistas. Era el destino de moda de esa época. Esa localidad estaba en una zona de lagunas que, como la obra, se denominan “encadenadas”.
Una foto de aquellos tiempos de esplendor:
En 1985 una inundación provocada por una crecida del lago sumergió a la ciudad completamente bajo el agua, obligando a su evacuación total.
La ciudad quedó así:
Más allá de que fue un año en que la provincia de Buenos Aires sufrió una de las peores inundaciones, se sabe que hubo responsabilidad política. El pueblo pasó muchos años sumergido hasta que las aguas bajaron y los resultados quedaron a la vista.
Docuteatro, teatro documental o como se llame, disfruto muchísimo cuando el escenario se convierte en espacio de recuperación de la memoria. En este caso, Juan Mako logró armar un relato inquietante, muy bien construido, con aciertos en la manera de crear tensión dramática. Y encima sorprende con toques de humor en medio del drama y con momentos bizarros.
Cecile Caillon, a quien vi hace poco en “Debería llamarse rosa furia”, sobresale en el papel de Esther, la encargada de cremar los cuerpos. Y también se destaca Diego Torben como el policía del pueblo. Los acompañan Mónica Driollet en el rol de empleada administrativa, Silvia Fortunato como su amiga y Claudio Depirro en el papel del jefe.
Excelente la escenografía, la iluminación y el sonido, que arman la estructura necesaria para sostener de principio a fin el clima de la obra.
Las funciones son los sábados a las 21 en Abasto Social Club, Yatay 666, CABA.
¿Habrá tercera parte? Estoy.
Vi diez obras desde que empecé el newsletter y tengo entradas para ver otras dos este fin de semana. No pienso parar porque a más crisis, más teatro. Si viste alguna obra que te gustó, contame así la agendo.